por Valeria Zurano
En Argentina se vive una gran movilización con el fin de detener los
casos de femicidio. La muerte de mujeres
ha ido aumentando de manera considerable.
No sólo aumenta el número de víctimas, sino el silencio y la desidia de
las diferentes instituciones. Bajo la consigna NI UNA MENOS, el miércoles 3 de
Junio se convoca a una marcha en el Congreso, que gritará: Basta de Maltrato,
Basta de Violencia, Basta de Femicidios.
A medida que el término femicidio fue emigrando al ámbito jurídico, a
partir de la década de los 90, la discusión se centró en si este término,
referido a los delitos de odio contra las mujeres, debía considerarse un agravante
en la imputabilidad de la pena. En
Argentina, en el año 2012, se modificó la Ley 26.791 del Código Penal, incorporando
como agravante de homicidio, aquellos casos que se encuadran dentro de la
violencia de género. Sin embargo, estas
medidas legales, no han puesto fin a los delitos de violencia y abuso cometidos
contra las mujeres.
Pasaron quince años, desde que hice un viaje por México y Centroamérica,
allí pude ver y vivir en carne propia la violencia ejercida hacia las mujeres,
tanto en los espacios domésticos como en los espacios públicos. El acoso, la violencia verbal, física y
psicológica, no hace distinción entre mujeres indígenas, negras, mestizas,
blancas.
Luego de unos años, crucé la cordillera.
La primera vez que fui a Chile, me llamó la atención la cantidad de
casos de mujeres asesinadas por sus parejas, novios o pololos, maridos o
amantes, que aparecían en las noticias. Estos
homicidios buscaban justificarse a través de sentimientos pasionales: celos,
desconfianza, venganza, traición. Me
pregunté, ¿cómo era posible que una sociedad aceptara justificar el odio y sus
manifestaciones?
Frente a la televisión sensacionalista, en esa casa de la Comuna Independencia,
comprendí que estos hechos violentos se repetían en Argentina, en México, en
Centroamérica. Movilizada al ver el show telenovelero, los juicios y las
descalificaciones emitidas por los medios, las escalofriantes justificaciones
inventadas para encubrir asesinatos llevados a cabo de manera sistemática; comencé en ese año 2007, indignada al
comprender que estos crímenes y abusos estaban ocultos de manera sutil bajo la
alfombra del poder, a escribir los siguientes pensamientos que finalizaron, por
estos días, en Buenos Aires.
La conspiración de los poderes en
Latinoamérica.
Hay una conspiración para silenciar y disfrazar los casos de femicidio. La información se escurre por los medios de comunicación, de manera frívola,
a través de estadísticas y noticias que van sumando nuevos casos, sin que se
planteen los motivos de fondo. Es notable cómo los medios de comunicación
operan, desde un discurso que contribuye a cosificar la imagen femenina, como
parte de un mercado que gira intrínsecamente en pos de necesidades y deseos
masculinos.
Un mercado siniestro, que cumple una doble función: por un
lado, la de saciar las exigencias básicas de un pueblo que es despojado de
valores éticos, culturales, artísticos, afectivos. Por otro lado, genera y
multiplica acciones consumistas, estipulando conductas, en las cuales la mujer
es presentada no sólo como un sujeto que consume, sino como un objeto que puede
ser consumido.
La cosificación de la mujer, es un procedimiento que funciona como un “gran
triunfo” del sistema capitalista, consumista y patriarcal. La mujer es un
engranaje indispensable en la estructura familiar capitalista; circunscripta a
realizar tareas domésticas jamás valoradas y mucho menos remuneradas, roles
impuestos, trabajos mal pagos y menospreciados.
Está destinada a consumir “su frágil y acotado mundo femenino” impuesto
por el mercado. Es decir, “el mercado
sabe lo que ella necesita, lo que a ella le gusta”, el mercado ofrece
constantemente y de manera inmediata, se antepone a los deseos para justamente
imponerse. Y en ese adoctrinamiento, establece una desigualdad imperante, donde
los objetos y los deseos femeninos y masculinos, son totalmente distintos,
opuestos y enfrentados.
La presión, ejercida por los medios de comunicación, contribuye a establecer
desigualdades entre los individuos. Los
medios crean y recrean la imagen de esa mujer objeto, que debe consumir y ser
consumida.
En las ciudades Latinoamericanas se impone una eficiente desinformación,
una especie de “tema-fantasía” que ayuda a eludir la cuestión de fondo, con la
intención de distraer, trivializar y desinformar. Es evidente que, desde los núcleos del poder político,
judicial, militar, religioso y mediático, se despliega la artimaña del
encubrimiento. Una vez más, queda demostrado que la violencia también es
ejercida de forma solapada.
La violencia de
género es una manera de contribuir e instalar mayor violencia social, de
manipular con la intención de conseguir un efecto de dominación, un
hostigamiento que busca validar principios institucionales perversos, una
artimaña para que esta economía inescrupulosa siga sosteniéndose en detrimento
del cuerpo y la vida de las mujeres.
“La maté porque era mía.”
En todas las culturas el acceso al conocimiento y a la información fue
exclusivamente de los hombres. Si bien, en la actualidad, se ha ido generando
mayor inclusión, el material educativo sigue siendo reproductor de discursos y
conceptos patriarcales, que refuerzan la idea de exclusión y violencia.
Las expresiones de misoginia, de manera explícita o subliminal, abarcan
desde obras de arte hasta comentarios cotidianos. La violencia y el odio parecen
sostenerse, y ser reinventados por una sociedad, a la que le cuesta percibirse madura
y crítica.
El abuso en las sociedades contemporáneas se intensifica tras el
desconocimiento de ciertos pilares éticos, sin duda alguna, esta dificultad
aqueja a todas las sociedades del mundo, pero lo llamativo es que
particularmente en los países Latinoamericanos, estos actos de omisión son validados
por instituciones encargadas de abogar por la libertad y el bienestar de los
individuos a quienes representan.
Estructuras de exclusión y enjuiciamiento heredadas de períodos de
colonización y esclavitud, de regímenes dictatoriales; tortura y genocidio, continúan
ratificando la violencia en todas sus manifestaciones: ya sea explícita o
encubierta, no sólo hacia las mujeres, sino generando tráfico y prostitución de
menores, hostigando a las minorías
sexuales, disgregando a las minorías partidarias.
La violencia de género, que abarca los casos de agresión física,
psicológica, sexual, patrimonial, económica y femicida; dirigida hacia la mujer
por el hecho de ser mujer, trasciende y se enmarca dentro de los crímenes de lesa-humanidad,
aquellos delitos donde se violan y transgreden los Derechos Humanos.
A través de los lentes rotos del
patriarcado.
Hoy puedo decir que la situación de aquello que observé en el año 2007,
ha cambiado gracias a la movilización y al compromiso de muchas personas, que
van denunciando y dando visibilidad. Sin embargo, sigo creyendo que el eje de
dominio y sujeción en detrimento de la mujer, es ejercido de una manera sutil, presente
en todos los aspectos, constante en relación a intensidad y tiempo, estratégico
en la medida en que busca enemistar y separar a las mujeres entre sí, y a las
mujeres con la sociedad.
La violencia, podría analizarse en relación a hechos y
situaciones que proponen una reparación, en la medida en que la mujer ha ido
adquiriendo participación social y política.
Acontecimientos que dejan de manifiesto, un crecimiento y una autoconciencia,
no sólo en los individuos, sino que reafirma la diversidad de nuestra identidad
de pueblos latinoamericanos. La participación
de las mujeres en la vida política, social y cultural de nuestras sociedades,
se ha incrementado de manera considerable.
Un ejemplo concreto y preponderante, es la presidencia de mujeres en
Chile, Brasil y Argentina.
Nunca en el devenir político de nuestros países, la mujer
estuvo tan presente como en este tiempo histórico, que nos toca vivir. Hay una óptica renovada de ver y sentir la
política, la participación ciudadana, generando
mayor equidad e inclusión. A raíz de
esto, el lenguaje político cambia, los discursos tradicionales pierden
efectividad.
Los casos de femicidio, que parecían hechos aislados,
relativos al ámbito doméstico y privado, pertenecen a una esfera pública, al
marco de instituciones judiciales, políticas y policiales. Los lentes del patriarcado se han quebrado;
ahora detrás del vidrio podemos ver esa realidad. Una realidad primitiva, que intenta
sostenerse a costa de la vida y la libertad de todas.
Las cifras, en los casos de femicidio, muestran
claramente, que han ido aumentando. Cuando
las mujeres hemos alcanzado mayor participación en la vida política, social,
económica y cultural de los pueblos, la violencia contra sus vidas se duplica. Hechos que me llevan a pensar, que la mano y
la voluntad autoritaria del patriarcado, imponen el castigo. Ojalá ésta sea su
última bestialidad, antes de ser enterrado definitivamente.
Buenos Aires, 25 de Mayo de 2015.
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