La pierna de mi abuela había quedado atorada entre el andén y el
vagón. En unos segundos, el tren
reanudaría el viaje. La gente gritaba,
la gente pedía que ese tren no saliera, se asomaban desde las ventanillas,
agarraban la pierna de mi abuela y tiraban.
Tiraban como si no fuera una pierna, como si la abuela fuese apenas un
cuerpo atrapado y no, una mujer de carne y hueso.
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